El 8 de marzo es reconocido como el Día Internacional de la Mujer, establecido por la Organización de las Naciones Unidas, en conmemoración de las 129 obreras textiles que fallecieron en Nueva York, Estados Unidos (1857) en un incendio, mientras realizaban una huelga por mejores condiciones laborales.

Este día se ha convertido en nuestro país y en todo el mundo en una fecha que busca reivindicar los derechos de las mujeres y reconocer las desigualdades que aún hoy en día persisten en nuestras sociedades y, particularmente, en el mundo laboral.

Desde la perspectiva de género, se entiende que existen estereotipos y roles acerca de lo que socialmente significa ser varones y ser mujeres y estos se configuran, en muchas ocasiones, como barreras u obstáculos y como diferencias en las oportunidades o en el acceso a distintos tipos de empleo. Por ejemplo, existen carreras y profesiones que se encuentran altamente feminizadas, como aquellas relacionadas a salud y educación, dado que se supone que las mujeres deben poseer características asociadas a la sensibilidad, la emocionalidad y el cuidado y que las harían mejores para esos trabajos. Esto mismo sucede hacia dentro de los distintos espacios de trabajo, donde aquellas áreas consideradas “blandas” o de servicio y/o cuidado suelen ser asignadas a mujeres.

Es importante reconocer la existencia de estos estereotipos y atribuciones, ya que, muchas veces, se traducen también en desigualdades. Hasta el día de hoy, las mujeres ganan 27,7% menos que los varones. Esto es lo que se conoce como brecha salarial de género.

Otro fenómeno que se observa en el ámbito laboral es el conocido como techo de cristal. Este se refiere a aquellas barreras “invisibles” que obstaculizan el acceso de mujeres a cargos jerárquicos dentro de las estructuras de trabajo. En nuestro país, sólo el 5% de las mujeres que trabajan ocupan cargos de dirección o jefatura. Esto responde, por un lado, a la existencia de estos estereotipos que, en ocasiones, pueden generar la creencia de que las mujeres no poseen los atributos necesarios para formar parte de los espacios de mayor responsabilidad y la toma de decisiones. A su vez, son las mujeres quienes habitualmente se ocupan de las tareas de cuidado y de las tareas domésticas, insumiendo gran parte de su tiempo en estas actividades por fuera de su jornada laboral. Esta distribución inequitativa de la organización del cuidado afecta también en lo referido a las brechas de género y dificulta, en muchas ocasiones, la posibilidad de las mujeres de desarrollarse profesionalmente en igualdad de condiciones que sus pares varones. Por otro lado, además del tiempo físico que toma el cuidado, les implica asumir la carga mental que supone.

Reconocer la existencia de estas desigualdades es lo que nos permite actuar para transformarlas. Muchas empresas trabajan por la incorporación de medidas que tiendan a reducirlas, compensarlas y erradicarlas. Ejemplos de ellas son las licencias por nacimiento compartidas y extendidas, las metas de inclusión de mujeres en cargos directivos, la implementación de protocolos de acoso y violencia de género, la reducción de la brecha salarial o el impulso del desarrollo de mujeres en puestos no tradicionales.