Cuando la realidad irrumpe: trauma y trabajo en tiempos de crisis
Inundaciones, incendios, accidentes, despidos masivos, hechos de violencia… hay situaciones que irrumpen en la vida cotidiana de las empresas con una fuerza brutal, desbordando protocolos y atravesando cuerpos, vínculos y sentidos.
Lo que sucede en el afuera —en la ciudad, en el entorno— no queda al margen del mundo laboral. Por el contrario, muchas veces impacta de lleno en quienes allí trabajan.
El ejemplo más cercano lo tenemos en Bahía Blanca, donde el 7 de marzo de 2025 una trágica inundación dejó marcas difíciles de nombrar en trabajadores de distintas organizaciones. Como este, hay muchos otros hechos con potencial traumático que dejan huellas en la subjetividad y exigen ser pensados, acompañados y nombrados.5
El trauma no es simplemente un hecho doloroso o impactante: es una vivencia que irrumpe de manera tan abrupta que sobrepasa la capacidad psíquica de quien la experimenta. Se trata de un exceso que no puede ser simbolizado en el momento en que ocurre. Por eso, el trauma no “pasa”, sino que retorna: en pesadillas, en silencios, en sobresaltos, en desconexiones emocionales o en síntomas que se instalan en el cuerpo y el lenguaje.
Y justamente porque no pasa por sí solo, exige un trabajo: el trabajo de ser elaborado, de ser puesto en palabras, de ser alojado en un entramado simbólico que permita otorgarle sentido sin negarlo ni encerrarlo en el puro sufrimiento.
Dicho más sencillamente: tiene que ser integrado en esa vida, que ya no será la misma.
Uno de los modos privilegiados de elaboración psíquica del trauma es la narración. Contar lo vivido permite ir nombrando lo innombrable, ligando fragmentos de experiencia, dotando de coherencia algo que se vivió como irruptivo y caótico. Por eso, es frecuente que quienes atravesaron una experiencia traumática tiendan a relatarla una y otra vez, incluso en contextos donde no se lo proponen conscientemente. Del mismo modo, también es habitual que otros la nieguen o la minimicen: no porque no haya afectado, sino porque aún no están en condiciones psíquicas de iniciar ese trabajo de elaboración.
En el ámbito laboral, este retorno muchas veces se invisibiliza o se malinterpreta. Lo que podría leerse como falta de motivación, desconcentración o irritabilidad, en realidad puede ser la manifestación de un psiquismo intentando defenderse frente a algo que no logró elaborar. El trauma no habla fácilmente, pero puede empezar a bordearse cuando se habilita la palabra, cuando se escucha sin juzgar, cuando se reconoce que a veces el “no sé qué me pasa” es el único modo posible de empezar a decir.
También cuando se acompaña para encauzar —como se hace con el agua— aquello que irrumpió y desbordó la vida psíquica. Porque solo cuando lo traumático encuentra cauce, puede empezar a perder su carácter de amenaza permanente.
El trabajo no se suspende, pero la vida tampoco: el valor del handing emocional en las empresas
Después de una situación traumática, la rutina laboral continúa: hay que producir, sostener compromisos, asistir a reuniones. Pero muchas veces, quienes atravesaron una experiencia límite están físicamente presentes… y emocionalmente desbordados o desconectados. En ese contexto, el handing emocional se vuelve una herramienta fundamental.
No es un tratamiento, sino un dispositivo de escucha sensible y respetuosa, que ofrece un lugar para hablar, poner en palabras lo vivido, y empezar —si la persona así lo desea— un proceso de elaboración. Lo importante no es “hacer que funcione” quien está afectado, sino acompañar con humanidad, sin forzar, sin patologizar, sin minimizar.
La empresa no puede evitar lo que ocurre en el afuera, pero sí puede asumir una responsabilidad ética hacia las personas que la habitan. Y eso empieza por reconocer que el bienestar emocional no es un lujo, sino una condición básica para que el trabajo tenga sentido y el lazo social no se quiebre. Escuchar, contener, dar lugar: eso también es gestionar.
El trauma no se borra. Se transforma. Se integra. Se resignifica. Pero para que eso sea posible, hace falta tiempo, palabras, otros que escuchen, instituciones que habiliten.
Cada vez más empresas comprenden que no alcanza con cuidar los números: también hay que cuidar a las personas. Incorporar espacios de handing emocional no solo ayuda a procesar lo vivido, sino que refuerza el compromiso, el sentido de pertenencia y la posibilidad de seguir adelante con humanidad.
Desde Momento Cero creemos que acompañar emocionalmente no es un gesto complementario, sino parte del compromiso profundo que toda organización puede asumir con su gente. Porque no hay productividad sin subjetividad, ni trabajo que valga si no hay alguien que pueda sostenerlo por dentro.
Lo que el agua no se llevó, lo que permanece en quien sigue caminando… también necesita cuidado.
Por: Lic. Maria Rosa Ortega