Duelo por suicidio, trabajo y la delicadeza de acompañar.
Hace poco, en un Handing emocional, me tocó acompañar a alguien que atraviesa el duelo por la muerte de un familiar directo. No voy a contar su historia, pero sí lo que ese encuentro dejó en mí: cuando alguien muere por suicidio, no solo se interrumpe una vida; también se interrumpe el tiempo de quienes quedan. La rutina se desacopla. Lo cotidiano pierde su forma. Y el mundo, por un buen rato, se vuelve pensamiento.
Lo que aprendemos cuando acompañamos
El primer gesto de acompañar es nombrar con cuidado: decimos “murió por suicidio” (no “se suicidó”). Nombrar así no es corrección política: es cuidado que reduce el estigma y abre la puerta a hablar. Algo que poco se hace porque poco se habla de una situación sanitaria que alarma. En la Argentina, el suicidio figura entre las principales causas de muerte en adolescentes. Sin ir más lejos, según el Ministerio de Seguridad de la Nación, en 2024 se registraron 4.249 muertes por suicidio en Argentina, lo que equivale a un promedio de casi 12 por día. Argentina
Acompañar, entonces, no es heroico ni espectacular: es quedarse cuando el otro mira un punto fijo y no encuentra palabras; legitimar pausas, negociar con la urgencia del afuera y armar un mientras tanto que haga posible el día que sigue. En el consultorio y en la empresa, la consigna se parece: nombrar sin invadir, sostener sin apurar, derivar sin soltar.
En psicoanálisis decimos que el duelo es un trabajo: requiere energía psíquica, la misma que en la vida cotidiana desplegamos para amar, crear, producir, cuidar. Ante la pérdida de un ser querido significativo, esa energía se reorienta y, por un tiempo, se repliega hacia adentro para sostener recuerdos, escenas, preguntas; el mundo externo queda más lejos, todo se escucha más bajito y los pensamientos copan la escena, se vuelven el mundo.
Quien sufre una pérdida así suele escuchar: “tres meses ya…”, “tenés que distraerte”, “volvé a la normalidad”, “te va a hacer bien trabajar”. El punto es que no hay normalidad a la que “volver”. En todo caso, habrá que pensar en un nuevo modo de estar y ser en el mundo, inaugurado por esa ausencia tan significativa.
En el duelo por suicidio, además, aparecen preguntas que no cierran: ¿por qué?, ¿qué no vi?, ¿qué podría haber hecho? A veces irrumpen de frente, literal; otras, en sueños, en lapsus; otras, desviadas hacia lo cotidiano, como por ejemplo en el trabajo: “¿podría haber llevado mejor tal o cual tarea?”. Estas preguntas de respuestas imposibles necesitan ser alojadas; no requieren respuestas inmediatas. Sucede que los tiempos del duelo no son los del reloj, es decir se trata de un tiempo subjetivo: y este tiempo no se negocia, se atraviesa. No hay atajos: el “después” no llega por decreto; se construye con esa energía reorientada, con palabras posibles, con silencios acompañados y con un otro que no huya.
Pero no todos vivimos la pérdida del mismo modo. En ese movimiento, los familiares no reaccionan igual: algunos pueden iniciar la elaboración (poner en palabras, pedir ayuda, sostener pequeños ritos), mientras que otros, instrumentas mecanismos de defensa como evitación, es decir se anestesian, se apuran a “seguir”, se refugian en la acción o en el silencio. En ese escenario de lo que se trata es de No conectar con esa realidad insoportable, al menos no ya, no ahora. Aquí también la formula es la misma, tiempo, acompañar, no forzar.
Ansiedades que despierta
Muchas veces el dolor se mezcla con culpa, enojo, perplejidad y, a veces, vergüenza. Surgen escenas que la mente repite como tanteando una salida. También puede aparecer miedo: a que vuelva a ocurrir, a decir lo “incorrecto”, a que el dolor sea para siempre. Nada de esto implica patología. Por muy doloroso y desorientado que uno se sienta, la psicología nos recuerda que son afectos esperables ante lo insoportable. El punto no es evitarlos, sino ponerles palabras, armar bordes y permitir que circulen.
La mirada de los otros cobra otro significado. La mirada pesa. Pesa el silencio torpe, las frases hechas, las explicaciones simples. Pesa cuando alguien cambia de vereda, o cuando pregunta demasiado. Lo que alivia es lo sencillo y verdadero: “estoy acá”, “no sé qué decir, pero me importa”, “si querés, te acompaño a ese trámite”. Acompañar tampoco es sencillo porque no hay una única manera de atravesar el dolor; al contrario, es de lo más subjetivo que existe.
Volver a trabajar cuando por dentro todo está roto
Se vuelve al trabajo y, sin embargo, todavía no se vuelve. El cuerpo llega antes que la mente. Hay niebla, cansancio, olvido, hipersensibilidad. La disponibilidad no es la misma: el mundo externo exige y el mundo interno está ocupado en sobrevivir, en pasar desapercibido, en volver a ser el mismo aunque algo muy adentro te diga que ya no lo sos.
En empresas y equipos, esto pide delicadeza práctica: acordar plazos, simplificar tareas, habilitar pausas, permitir horarios cuidados, registrar fechas sensibles (aniversarios, cumpleaños), abrir una puerta para derivar y seguir. Nadie cura a nadie, pero un entorno que no apura ni minimiza tiene efectos.
Para organizaciones que quieren cuidar, tres movimientos simples:
- Nombrar: un mail/aviso interno sobrio, sin detalles, con vías de ayuda y licencia disponible.
- Alojar: acuerdos flexibles, un referente de confianza, reuniones más cortas y opcionales, tolerancia a los olvidos y a la angustia.
- Derivar y seguir: contactos visibles de salud mental y acompañamiento emocional profesionalizado de intervención inmediata que favorezca el proceso.
Un cierre que no cierra
Escribir no repara una ausencia, pero ofrece un borde. En el duelo, a veces la única victoria es quedarse: quedarse en la vida, quedarse con otros, quedarse el tiempo suficiente hasta que el dolor deje de ocuparlo todo. Si algo entendí en este tiempo es que, cuando el dolor encuentra a un otro que no huye, lo indecible se vuelve decible y el tiempo —de a ratos— vuelve a ser marcado por el reloj.
Si este tema te afecta: Línea de asistencia al suicida 135 (CABA y GBA) / (011) 5275-1135 / 0800-345-1435 en todo el país. Emergencias: 911 (nacional) o 107 (CABA).
LIc. María Rosa Ortega