¿Se la quedaron los niños en su memoria? ¿Se la repartieron los docentes y la llevaron a sus casas, a ese rincón donde improvisaron un escenario de clase? ¿O es ahora de los padres que, sin quererlo, se convirtieron en maestros?

Lo cierto es que la idea de que la escuela haya desaparecido no entra en mi cabeza, ni siquiera viendo sus edificios vacíos; la escuela sigue estando en alguna parte.

El contexto de esta pandemia puso a las familias en una posición a la que nunca se habían enfrentado: los padres comenzaron a mediar en la relación escuela- niños. Ahí descubrieron todo lo que no les gusta de las estrategias y contenidos educativos.

Es que en la escuela sucede una magia que solo se explica puertas adentro. Una lógica que se logra estando cerca, con conflictos suscitados en el recreo y resueltos en el aula. Una mecánica con olor a marcador y pizarra que los chicos se pelean por borrar.

Los padres no conocían estos secretos, y hacen como pueden lo que pueden, ante el desafío de continuar con el aprendizaje de sus hijos.

Los maestros ven desvanecerse su magia y se adaptan, con más o menos soltura, con más o menos experticia, a una comunicación intermitente, unilateral, silenciosa.

¿Quién tiene la culpa de que hayamos perdido el rumbo? Las familias afirman que los maestros no poseen herramientas para generar conocimientos a la distancia. Los docentes dudan de la capacidad de los padres para acompañar a sus hijos a la hora de estudiar.

Y los niños… los niños están perdidos en este divorcio de sus dos faros fundamentales: la familia y la escuela.

Es un buen momento para aliarnos por una educación en aislamiento (pese a que “educación” y “aislamiento” parecen antónimos). Es un momento para que esta alianza se pregunte: ¿Qué nos importa más? ¿Sentirnos buenos padres? ¿Reconocernos como buenos maestros? ¿Sostener los contenidos? ¿O proteger a los chicos y a su salud emocional?

Mi hijo me preguntó cuando la cuarentena recién empezaba: “El timbre del recreo ¿seguirá sonando sin nosotros?”. Sonreí, aunque imaginé ese patio sin niños y me invadió la misma incertidumbre que a él.

En alguna parte está la escuela que funcionó hasta el 13 de marzo: probablemente, dentro de muchos de nosotros. Falta que optemos por ponerla en funcionamiento.

Marina Sanz
Editora-Correctora de Estilo
Docente